jueves, 17 de agosto de 2017

El día que me volví lectora.

LEO DESDE QUE TENGO MEMORIA,no recuerdo cómo era mi vida antes de aprender a leer. En mi casa hay una foto mía, que mi mamá sacó furtivamente, donde se me ve en pijama, sentadita en la cama con las rodillas flexionadas y en ellas está apoyada una revista. No debo tener más de seis años. Tranquilita la tipa, despuntando el vicio.


Según mi mamá, yo aprendí a leer a los cinco años, cuando, después de agotarla con la cantaleta de "leeme mamá leeme", y que ya no me diera bola, decidí independizarme y aprender. Entonces mientras ella cocinaba, yo la atosigaba sentándome en la cocina con una revistita y preguntando:
                    -¿La M con la E cómo suena?
                    - Me...
                    - ahhh.....¿y la S con la A?
                    -Sa....
                    - Ah....
Y así hasta que aprendí. Mis primeros pasos como lectora fueron con revistas como Genios, y sobretodo, con los tomos de Mafalda que mis papas me regalaban y yo me llevaba a las vacaciones para leer los días de lluvia. Amaba - y amo- a Mafalda, y me reía a carcajadas de los chistes que era capaz de comprender en esa época. Y los que no entendía les preguntaba a mis papas, que trataban de darme la explicación más simple posible.

Mis viejos siempre me motivaron a leer. Recuerdo que además de los tomos de Quino, un verano, paseando por el pequeño centro de Santa Clara del Mar, mi papa me regaló un librito de poemas de Gustavo Adolfo Becquer, el cual atesoro al día de hoy.

El libro con el que me volví lectora definitivamente, fué el primer libro que consideré "largo"- unas 300 páginas aproximadamente- y me lo dio mi mamá cuando yo tenía 9 o 10 años.

Dicen que si no te gusta leer es porque no encontraste el libro correcto.Yo estoy plenamente de acuerdo con esta máxima. En mi caso, el libro correcto fue El ladrón de días de Clive Barker.


Este libro de 1993 está catalogado como de horror, y Clive Barker fué considerado, en palabras de Stephen King como " el futuro del horror", creo que no por este libro en particular sino por otros de su autoría. Si bien muchos dicen que es un libro infantil, leerlo a la edad de nueve años genera un impacto. Más si sos una nena medio cagona, que durmió con sus papas hasta los cinco y que padecía insomnio por miedo a dormir.

Para colmo yo leía - y leo al día de hoy- mucho de noche, y el libro viene con ilustraciones del propio Barker de lo más macabras; que lograban que me tapara con las sábanas hasta la cabeza y a dormir con el velador prendido, pensando que Rictus iba a entrar por mi ventana.

La historia tiene como protagonista a un chico de diez años de nombre Harvey - mi edad al leer el libro- que está embolado del colegio y de que sea Febrero, porque en yankilandia es un mes de mierda y no tienen carnaval. 

Un día como cualquier otro, de lluvia, un hombrecito grotesco de nombre Rictus - ya de mayor entendí que el nombre era porque tenía una boca enorme- entra por su ventana y le ofrece ir a una casa de veraneo todo incluido que es lo más. Así empieza.

La verdad, a pesar del cagaso, lo amé. Me sentí muy orgullosa cuando lo terminé, y hasta lo leí varias veces más en algún verano. Ese fue el inicio de todo. Ahí entendí lo que es leer. Imaginarse los personajes, las voces, las secuencias. Leer varias veces un diálogo para hacer los tonos de voz, pronunciar en voz alta las onomatopeyas para ver cómo sonarían, romperme la cabeza tratando de imaginar cómo carajo suena un "ruido sordo".

Después de ese libro apareció mi hermano con la saga de Harry Potter y ahí me perdieron para siempre. No sólo porque es adictivo, sino porque mi hermano se iba a vivir al exterior y yo tenía una fecha límite para terminarlos antes de que se los llevara. 

Leyendo mejoré mi ortografía, amplié mi vocabulario, pero por sobre todas las cosas conocí lo que es viajar por universos nunca antes pensados. Leer es viajar sin moverse, por más quemado que suene. Sirve para despejarse cuando estas harto de tu vida, o aburrido, y te querés relajar siendo alguien más. O al contrario, sentir el alivio de tener la vida que tenés cuando salís de las páginas de un libro trágico o de terror.

No importa si estas en pijama tirado en el sillón de tu casa, en cuando te metes a un libro, podés encarnar a un guerrero medieval, un hombre lobo, un mago - si sos del palo fantástico- un policía, un psicoanalista o una chica de New York.

Los libros transmiten emociones y te ponen en situaciones que tal vez nunca vivas. Es la forma más segura y personalizada de experimentar. Porque no importa como se lo imaginó el autor al escribirlo. Al leerlo, yo lo voy a imaginar distinto, bajo mis propios ojos, y voy  hacerlo mío.

Sentir ese cariño por personajes ficticios y ese vacío que te genera cuando terminas un libro que te venía acompañando durante semanas, es algo que sólo el lector apasionado entiende, es una sensación de tristeza y desamparo, que sólo se llena al empezar el siguiente. Y cada libro deja en nosotros una huella inolvidable. 

Como dijo Tomás Eloy Martinez: " Somos los libros que hemos leído, o seremos por el contrario, el vacío que la ausencia de libros ha dejado en nuestras vidas".

Tengo perfectamente claro que desde el día en que aprendí a concatenar letras y formar palabras, y más desde que finalicé la lectura de la aventura de Harvey, me convertí en lectora. Y así será hasta mi último día-

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