viernes, 25 de agosto de 2017

La combi y cómo perder la dignidad.

NACI Y VIVO EN EL OESTE DEL GRAN BUENOS AIRES. El "lejano Oeste" según mis compañeros de trabajo. Y, al igual que un millón y medio de personas que viven en el conurbano, trabajo en Capital Federal. Mi viejo siempre me jode diciendo que Dios está en todos lados pero atiende en C.A.B.A. le gruño pero le tengo que dar la razón. Cuando me reciba me voy a tener que mudar o arriesgarme a sufrir un ACV en el Acceso Oeste. Mientras tanto viajo.


Al principio, cuando recién empecé mi trabajo en Capital, intenté viajar en los medios convencionales. Pero entre la demora, la línea 57 que a la altura de mi casa ya no para porque viene llena, y la imposibilidad física de meterte en el tren a la altura de Morón - porque si no sos un miembro de los All Blacks, olvidate mamita, te quedas afuera- terminaba llegando a cualquier hora o tenía que dormir menos. 

Como todavía no tengo hijos que mantener y vivo con mamá  (lease SKIIINEEEEER con la voz del superintendente Chalmers), decidí darme el lujito de viajar en charter, aunque en ello se me vaya un buen pellizco de mi humilde sueldo. Así que me gasto el equivalente a medio alquiler en el centro pero viajo como una Lady, ponele. Y es que no todo es glamur en el universo combi, hay que decirlo. Por empezar hay asientos que cotizan menos que otros. Como los que están a la altura de las ruedas traseras, ya que si sos muy alta, viajás con muchos bartulos - hola que tal- o sos medio gordito, ya no entrás, vas cabeceando tus propias rodillas. El otro repudiado es el del fondo al medio, que da al pasillo. Este lugar tiene una cosa buena que es que estirás las piernas. Lo malo es que te rompen las pelotas a cada rato para pasar, terminás viajando entre dos personas y si no te abrochás bien el cinturón, a la primera frenada terminas de trompa al piso, como casi me ocurre una vez.

Descontando el tema de los asientos, también hay que aclarar que la convivencia con el resto de los compañeritos de viaje a veces te pone las cosas un poco difíciles (ya se, ya se que el Sarmiento es peor, pero sale quince veces menos, literal. Agua y ajo). Desde el viejo con una alitosis capaz de matar a un oso Grizzly, hasta el que reclina el asiento como si viajara en un semicama hasta la Quiaca (hijounagranputa!), cuando en realidad son 40 minutos y el espacio no da para ir acostado flaco. Después tenemos a los que se duermen, y aquí es donde tengo que dar un paso al frente y hacer un mea culpa.

si, señores, pertenezco al vegetalezco porcentaje de gente que se duerme en la combi nada más salir de la estación. Aguanto diez minutos a lo mucho y ya caigo. No lo puedo evitar. Es como una maldición, como el chavo y la garrotera.  El problema no es dormirse, eso lo hace el 80% de la combi. El tema es que justamente a mi casi siempre me toca el asiento del medio al fondo, el repudiado. Al estar sentada entre dos personas y sin posibilidad de apoyarme contra nada, dormirse resulta incómodo. Pero como ya dije es inevitable. Por más que me empeñe en mirar por la ventana, escuchar música y pensar en otra cosa, en algún momento cierro los ojitos, hago un pestaneo largo que ya no se abre y Zas! voy balanceándome y cayendo  a izquierda y derecha como el huevo Humpty Dumpty.

Todos alguna vez nos tocó venir en el subte con un infeliz que se nos viene encima. Yo también lo odio y no podía entender como una persona no podía estar diez minutos sin quedarse dormido. Hasta que me pasó. Me da muchísima vergüenza y trato de no hacerlo pero es más fuerte que yo. Siempre me despierto antes de caerme, ese espasmo asustado que hacemos al volver en sí y que tratamos de disimular, pero que el otro ya se dió cuenta y nos está puteando en silencio. A no ser que también venga torrando y ahí zafo. Si tengo la suerte de viajar sola o contra una ventana, ya no soy un problema para los demás sino una vergüenza para mi misma.

Porque  a diferencia de las modelos y actrices de Hollywood, no hay nada de glamoroso en mi forma de dormir. Envidio profundamente, casi con insania, a las personas que son capaces de dormir con la boca cerrada. Esos que parece que no están durmiendo sino meditando. Nada mas alejado conmigo, que tristemente soy igual a Homero cuando piensa en rosquillas. Por eso siempre trato de apuntar la cabeza para el lado de la ventanilla. Lo irónico del asunto es que hace poco, el odontòlogo me diagnosticó bruxismo y me mandó una almohadilla de descanso.
                                    -vos mordés cuando dormís?
                                   -(JAAAJAJAJAJAJA) mmm no que yo me haya dado cuenta...
                                   -Aca hay señales de desgaste propias de bruxismo.
 Ironías de la vida. Cuando voy en la combi y me estoy quedando dormida, pienso para mis adentros "bruxismo bruxismo bruxismo.." hasta aprieto con fuerza los dientes a ver si traba un poco la mandíbula. Pero nada evita que termine en un estado comatoso deplorable, que me ha hecho blanco de  fotos no autorizadas por parte de mi padre en mi niñez y de mi novio en la actualidad. Que linda familia!

Pero no me dejo desanimar. Después de todo, ¿porque las mujeres tenemos que dormir como querubines impecables? somos seres humanos che. A veces hasta babeamos y todo (Gracias Dios que todavía no me paso en la combi). Así que considero mi poca agraciada forma de dormir en el transporte publico como un mensaje de liberación femenina - ponele- y sigo torrando hasta que la curva antes de bajar en San Juan me despierta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario